Nació el 22 de febrero de 1.732 en Bridges Creek (Virginia), en el seno de
una rica familia de origen inglés, establecida en América desde mediados del
s. XVII. Huérfano a corta edad, amparado por su hermano Lawrence, recibió
una educación elemental. Ya a los 14 años reveló interés por la carrera de
las armas, si bien la presión materna le hizo desistir por lo pronto de sus
propósitos. Con todo, su temperamento activo y su carácter inquieto le
convirtieron en plena juventud, en uno de los pioneros en la exploración de
las llanuras situadas más allá de los Apalaches, zona hostil y salvaje en la
que tomó contacto con los problemas de la colonización del Oeste. La
experiencia adquirida en estos territorios y su pasión por la milicia
favorecieron que, cuando hacia 1750 se recrudecieron los choques armados
entre colonos franceses e ingleses en la encrucijada del Ohio, Washington
iniciara su brillante carrera militar a los 19 años, al ser nombrado
comandante del distrito Sur de Virginia, con el título de ayudante general
(1751).
La
muerte de su hermano Lawrence (1752), que le hizo propietario de una
sustanciosa fortuna, le permitió dedicarse de lleno al Ejército y, a partir
de entonces, no sólo llevó a cabo una intensa labor de formación castrense,
sino que también demostró sus excelentes cualidades en varias misiones
encomendadas por el Gobierno de Virginia, como la toma a los franceses del
Fuerte Necesidad (1754).
Declarada la guerra de los Siete Años, que para los colonos ingleses en
América suponía la lucha por su expansión frente al predominio francés,
Washington fue designado teniente coronel del regimiento de Virginia, a las
órdenes del general Fry, y muerto éste se le elevó al rango de jefe supremo
de las fuerzas virginianas; poco después, sus dotes de estratega le valieron
ocupar un puesto en el Estado Mayor del general Braddock, quien mandaba las
tropas regulares inglesas. La derrota de Monongahela (5 julio de 1756),
donde desplegó un valor admirable, repercutió en el ánimo de Washington,
hasta el extremo de que se retiró a su propiedad de Mount Vernon, decidido a
renunciar a las actividades militares; pero, requerido con insistencia por
el poder civil, accedió a incorporarse al servicio activo, de tal mánera
que, durante tres años (1756 a 1758), desempeñó el mando del Ejército de
Virginia. Al mismo tiempo, su prestigio y personalidad se consideraron
valiosos para la gestión política y así, resultó electo miembro del
Parlamento de Virginia en representación del condado de Frederic, cargo que
ejerció 15 años (1756 a 1770).
Introducido en los círculos gubernativos de su colonia, al terminar la
guerra (1763), conoció de modo directo los problemas derivados de la crisis
nacida entre Inglaterra y sus súbditos americanos y desde su empleo
parlamentario, se encuadró en la vanguardida de la oposición virginiana a la
actitud de la metrópoli. Identificado con el pensamiento de la élite
defensora de los derechos coloniales frente a las requisitorias británicas,
Washington se incluyó entre la minoría autonomista que activó el proceso de
la revolución americana, aunque abogó por la utilización de los cauces
legales respaldados en la fuerza emanada de la unidad de todas las colonias,
en un frente común de reivindicaciones. Bajo este criterio, representó a
Virginia en los congresos de Filadelfia de 1774 y 1775, firmando la
Declaración of rights and grievances. En este segundo congreso de
Filadelfia, una vez rota la hostilidad entre ingleses y colonos en la
batalla de Lexington, los aires autonomistas se tornaron en rebeldía hacia
la metrópoli y en anhelos de independencia; allí nació el American
Continental Army, del que se entregó el mando a Washington.
El
estratega de la independencia. Destacado entre cualquier otra personalidad
americana del comienzo del proceso independentista, Washington al aceptar la
jefatura de las fuerzas armadas de las colonias sublevadas, quedó
comprometido a llevar a la victoria la rebelión colonial. Su tarea no era
fácil. Frente a un ejército adiestrado y bien equipado como el inglés, el
suyo, compuesto por colonos poco disciplinados y mal avituallados, apenas
tenía posibilidades de éxito. Sin embargo, responsabilizado con la confianza
del Congreso y consciente de la trascendencia de sus acciones, Washington
dirigió con acierto la empresa y obtuvo el triunfo.
George Washington se hizo cargo del poder ejecutivo norteamericano en la
primavera de 1789. La función política de su elevada magistratura le obligó,
en un primer momento y habida cuenta la difícil situación interna a raíz de
la independencia, a materializar la arriesgada empresa de construir el
aparato gubernativo que habría de coordinar y dirigir la administración del
país. En este sentido, dio vida al Gobierno estadounidense, creando las
Secretarías y encomendando la de Estado a Jefferson la de Guerra al general
Knox, la de Justicia a Randolph y la del Tesoro a Hamilton, todos los
cuales, bajo la autoridad de Washington conjuntaron el armazón
administrativo que aun hoy rige los destinos de los Estados Unidos.
Consumada esta obra, el siguiente objetivo de Washington consistió en
edificar el dispositivo económico del Estado y declarar su solvencia, para
garantizar su actuación tanto en el interior como en el exterior. Conforme a
tales exigencias, aplicó una férrea política fiscal, a la par que se esforzó
por relacionar lo más estrechamente posible a los grandes capitales con el
Estado, procurando comprometerlos en la estabilidad nacional.
Igualmente, con objeto de proteger económicamente al Estado, creó el Bank of
the United States, y al mismo tiempo, a fin de promover el desarrollo
industrial, dictó medidas proteccionistas que le granjearon las simpatías
del sector burgués.
No
obstante, su política centralizadora, basada en el principio de que el
Gobierno de la Unión poseía todos los derechos que la Constitución
expresamente no le prohibía, motivó que, tras su reelección en 1792,
Washington tuviera que enfrentarse a serios problemas. De una parte, la
oposición al impuesto aplicado a la producción de aguardiente originó en el
Oeste una sublevación, conocida con el nombre de Whisky Revolte, que lo
obligó a recurrir a las tropas para imponer el orden (1794); de otra, los
acontecimientos surgidos en Francia al radicalizarse la Revolución hicieron
que el Gobierno presidido por él quedara escindido: Hamilton, partidario de
defender los intereses comerciales entre los Estados Unidos e Inglaterra, se
inclinó por la neutralidad ante el conflicto armado que asolaba a Europa;
Jefferson, por el contrario, abogó por el apoyo estadounidense a la Francia
revolucionaria y respaldó abiertamente las acciones partidistas del
embajador francés Genet.
Washington presionado por ambas opiniones, se decidió por el criterio de
Hamilton, procuró salvaguardar los compromisos americanos y exteriorizó sus
inclinaciones probritánicas. En consecuencia, no sólo la amistad con Francia
se debilitó, sino que Jefferson abandonó el Gobierno, pasó a la oposición y
quebró la unidad ideológica americana, encabezando un grupo político
opuesto, que con junto a quienes se declaraban perjudicados por las leyes
fiscales ya los que veían en el centralismo del presidente un freno a la
autonomía constitucional de los Estados. De este núcleo, llamado
republicano, nació más adelante el partido demócrata.
Ciertamente, el ensombrecimiento de las relaciones con Francia (1793) marca
el punto de partida del declive político de Washington. En efecto, pese a su
capacidad como estadista, fue incapaz de impedir que los Estados Unidos
conocieran también una crisis con Inglaterra, país que condicionado por la
lucha en Europa, inició la confiscación de navíos en detrimento del comercio
americano.
Washington, firme al neutralismo, intentó solucionar la crisis por la
diplomacia y envió a Londres a John Jay, quien firmó con la antigua
metrópoli el tratado que lleva su nombre (1794). Ahora bien, Jay no defendió
con energía los intereses americanos y otorgó amplias concesiones a
Inglaterra; de ahí que este acuerdo fuese el argumento determinante que
acentuara la oposición interna contra Washington y que le indujera a no
presentar su candidatura en las elecciones presidenciales de 1795. Mermado
en su prestigio político, Washington una vez leído su mensaje de despedida
(septiembre 1796), se apartó de la vida pública.
Pieza decisiva en la independencia del país, pudo comprobar cómo, bajo su
mandato, los Estados Unidos habían formado una entidad político-económica
con amplias perspectivas y cómo merced a sus dotes de organizador ya su
neutralidad la joven nación americana consolidó los cimientos que le
permitirían elevarse al nivel de gran potencia.
Washington, artífice de esta obra, regresó al servicio activo militar, ya
anciano, cuando, con ocasión del estado de guerra no declarada con la
Francia del Directorio, volvió a nombrársele comandante en jefe del Ejército
(1798).
Considerado héroe nacional, Washington, el gran forjador de la independencia
y del Estado, murío en Mount Vernon el 4 diciembre de 1799 |
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